Si la Biblia habla de prosperidad ¿Es malo hablar de
prosperidad en la iglesia? ¿Está mal desear prosperar? Y sobre todo ¿cómo es
que decimos que la teología de la prosperidad es incorrecta?
Muchos cristianos han esperado alguna respuesta de Dios
respecto de algo que necesitaban o esperaban que proveyera lo necesario en situaciones críticas de su
vida. Pero cuando lo esperado no ocurrió, a pesar de haberlo esperado con fe, se
decepcionaron. Muchos se han apartado de la fe debido a esto.
El problema no es que Dios sea un Dios que falle, el problema es no entender lo que Dios realmente está haciendo y lo que si debemos esperar de él. Ignorar lo que Dios nos ha revelado en su Palabra, la Biblia, puede hacernos poner nuestra confianza en cualquier cosa esperando que ocurra, aunque Dios jamás lo haya prometido. Esa es la inútil “fe ciega”.
El problema no es que Dios sea un Dios que falle, el problema es no entender lo que Dios realmente está haciendo y lo que si debemos esperar de él. Ignorar lo que Dios nos ha revelado en su Palabra, la Biblia, puede hacernos poner nuestra confianza en cualquier cosa esperando que ocurra, aunque Dios jamás lo haya prometido. Esa es la inútil “fe ciega”.
Otros más han sido seducidos por el deseo de poseer más bienes
en esta tierra, a pesar de que Jesús dijo que nos cuidáramos de la avaricia, y
que la vida de la persona no depende de los bienes que posee (Lucas 12:15).
Algunos más han escuchado a engañadores, llevados por el deseo de enriquecerse. La prosperidad prometida es seductora a un corazón codicioso, que llega a decepcionarse cuando ve que ha sido estafado.
Esta decepción se hace extensiva a Dios, aunque en su corazón Dios no jugaba otro papel más que el de cumplidor de deseos. Pero la advertencia a esto la dio el apóstol Pablo a Timoteo desde hace mucho: los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, hundiéndose en destrucción y perdición, y por la codicia al amar al dinero, serán atravesados de muchos dolores, extraviándose de la fe. (1 Ti. 6:9-10).
Algunos más han escuchado a engañadores, llevados por el deseo de enriquecerse. La prosperidad prometida es seductora a un corazón codicioso, que llega a decepcionarse cuando ve que ha sido estafado.
Esta decepción se hace extensiva a Dios, aunque en su corazón Dios no jugaba otro papel más que el de cumplidor de deseos. Pero la advertencia a esto la dio el apóstol Pablo a Timoteo desde hace mucho: los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, hundiéndose en destrucción y perdición, y por la codicia al amar al dinero, serán atravesados de muchos dolores, extraviándose de la fe. (1 Ti. 6:9-10).
¿Entonces qué es lo que la Biblia enseña respecto de la
prosperidad? La forma más sencilla de saberlo es ir a los pasajes que hablan
sobre la prosperidad. Para ello hemos de tomar Josué 1:8, y el Salmo 1.
Cuando Moisés muere, Dios llama a Josué (v. 1-2) y le da
instrucciones sobre lo que ha de hacer. Estas instrucciones vienen en forma de
promesa, es decir que Dios garantiza a Josué que cumplirá con lo que le está
indicando (v. 2-6). Esto incluye el hecho de que nadie le podrá hacer frente y
que él repartirá la tierra prometida a los israelitas.
Para cumplir con ello Dios repetidamente le manda a ser
valiente y esforzarse. Este valor y este esfuerzo por lógica están enfocados en
esforzarse y ser valiente para ganar las batallas y repartir la tierra. Pues
aunque Dios le ha garantizado el cumplimiento de su tarea, Josué debe dirigir al pueblo, empuñar
la espada y pelear para vencer a los pueblos que habitan la tierra.
Esta gracia no se refiere a que Dios concederá a Josué todo lo que a él se le pegue la gana pedir, o todo lo que codicie su corazón. Esta gracia mas bien, es la garantía de que Josué cumplirá en su totalidad lo que Dios tiene en su plan. En este caso específico es introducir a los israelitas en la tierra de Canaán y repartirla.
Este es el sentido de “todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Fil. 4:13). Todo lo que Dios tiene en su plan hacer en mi vida, lo
puedo hacer en Cristo que me fortalece. Incluido todo aquello a lo que debo
renunciar como cristiano.
De la misma forma Romanos 8:32 “El que no escatimó ni a
su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará
también con él todas las cosas?”. Todas las cosas son las que requerimos para
el cumplimiento de su plan en nuestras vidas.
De la misma forma es a lo que se refiere “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os
falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” (Fil. 4:19).
Y es que es vital para la vida del cristiano entender una
cosa, Dios está enfocado en su plan y no en los nuestros. La salvación que nos
ha dado es parte de su propio plan para cumplir su propósito en nosotros.
Filipenses 2:13 nos dice que Dios produce en nosotros el querer (el deseo) así
como el hacer (la capacidad) para algo muy específico, cumplir su propósito en
nosotros, igual que en Salmos 138:8 “Jehová cumplirá su propósito en mi”.
Tal vez lo más lamentable y terrible en la vida de una
gran cantidad de cristianos (verdaderos cristianos, salvos por Cristo, valga la
redundancia para enfatizar y aclarar) es que tienen una nueva vida en Cristo,
pero no saben para qué.
Por eso muchos piensan que la obra de Dios está enfocada
en ellos y en su comodidad. Y entonces
empiezan a enfocar su vida cristiana en sus deseos, sueños y expectativas,
ignorando por completo lo que Dios está haciendo. Y esto brinda una vida llena
de decepciones y sueños no cumplidos.
Pero Dios espera que al igual que Josué “meditemos en su
Palabra todos los días de nuestra vida”. Que “su Palabra sea lo que hablemos” y “que
la pongamos en práctica” (vale la pena ver el resultado de esto en Mateo 7:21-23
para evitar autoengaños).
Esto nos lleva a un paso más allá de sólo leer la Biblia. El meditarla, hablarla y ponerla en práctica nos llevará a
entender cuál es el plan de Dios manifestado a lo largo de su Palabra: Hacer de
nosotros la imagen de Cristo (Ro. 8:29, Ef. 4:13,15, 1 Jn. 3:2). Y a esto es a
lo que se aplica “porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá
bien”.
Así que la prosperidad, de acuerdo a la Palabra de Dios,
es avanzar en el propósito de Dios. Para Josué prosperar y que todo le saliera
bien, era poseer la tierra de Canaán y repartirla al pueblo de Israel. Para
nosotros prosperar es ser cada día más semejantes a Cristo.
Esto puede entenderse también a la luz del Salmo 1, donde
las primeras instrucciones son evitar la compañía de personas equivocadas, y
meditar en la palabra de Dios de día y de noche, disfrutandola.
Aquí prosperar es ejemplificado con un árbol a la orilla
de un río, frondoso y que da fruto (a su tiempo). Por lo tanto, aquel que se
goza en la Palabra de Dios y medita siempre en ella, prospera en todo lo que hace,
pues Dios conoce su camino. Esto se expone en comparación con los malos que son como el
residuo de la paja que se lleva el viento, cuyo camino va a la perdición.
Note la comparación entre un árbol y el tamo llevado por
el viento.
A este proceso de avanzar en ser transformados a la
imagen de Cristo, también se le llama madurar o crecer en Cristo, y de una
manera más clara se le conoce como “santificación”. Es en esto que debemos
prosperar.
Prosperar será que el día que Cristo vuelva seamos
semejantes a él, habiendo llegado a la meta.
El plan de Dios por lo tanto está enfocado en nuestra
transformación, no en nuestra comodidad. Y es cierto, Dios tiene la capacidad
de darnos cualquier cosa que pidieramos, pero él concede solo lo que pedimos
conforme a su voluntad (1 Jn. 3:22, 5:14,15) y su voluntad es nuestra transformación.
Él es claro a largo de su Palabra: su propósito es el que
permanece (Salmos 33:10-11), es en lo que él está trabajando ahora y es a lo
que nos llama a trabajar con la promesa de su obra en nosotros (Fil. 2:12-13).
En Cristo,
J. David Amador M.
Pastor