jueves, enero 29, 2015

Una Iglesia en la sociedad
El tiempo que pasamos en este mundo tiene un propósito el cual ya hemos estudiado: ser transformados para llegar a ser la imagen de Jesucristo. Esto en preparación para la vida eterna que Dios ha prometido a todos los que creen en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido en carne.
Pero esto seguramente ha de traer consecuencias en la vida misma que llevamos aquí en la tierra. El impacto de una relación con Dios en la vida del cristiano y en la sociedad en la cual habita, ha sido evidente a lo largo de la historia de la humanidad.
Somos seres humanos, salvos por Cristo, por la gracia e iniciativa de Dios. Eso nos hace diferentes del resto de los seres humanos que aún viven en la oscuridad, dominados por el pecado y los malos deseos de su corazón (Ef. 2:1-3). Sin embargo seguimos participando de la vida de la sociedad en la que habitamos. Participamos del trabajo diario, de los acuerdos entre vecinos, nos relacionamos en la escuela y el trabajo. Algunos participan en equipos deportivos, en el arte, en instrucciones especiales, etc. Somos miembros de una comunidad y debemos tener claro que esto tiene que ver también con el plan que Dios está desarrollando. Esto es a lo que Jesús se refería al decir que somos la sal de la tierra y la luz del mundo.
A lo largo de la historia han existido diversos grupos que han buscado abstraerse de la vida de la sociedad, por considerarla ser “el mundo”. Y es cierto, en el mundo gobierna el maligno, con sus deseos temporales de la carne, de los ojos y con la vanagloria de la vida (1 Jn. 2.15-17).
Sin embargo tales acciones no pueden crear un verdadero creyente maduro (Col. 2:20-23), pueden tener buena reputación en el duro trato del creyente, pero no pueden hacerle vencedor ante los apetitos de la carne. La realidad es que ni los conventos, ni los menonitas, ni ningún otro grupo que ha llevado a cabo estas acciones ha destacado por su santidad a Dios, siendo más luz y sal en medio de la sociedad, que la iglesia que se desenvuelve en las actividades cotidianas de la sociedad.
Y es que ante esto debemos entender bien la situación en la que nos encontramos. La idea más común es que el mundo está combatiendo ferozmente a la iglesia, tratando de destruirla, y por lo tanto el aislarnos nos llevará a ser victoriosos. Sin embargo no es que el mundo esté tomando la ofensiva, al contrario, toma la defensiva por sentirse invadido por aquellos que no pertenecen a este mundo. Fue así como lo hizo la inquisición católica, que no deseaba ser invadida por quienes creían y pensaban de modo diferente a sus autoridades. Tal como lo hace hoy en día el humanismo que busca eliminar todo pensamiento cristiano de la vida pública y política, que exhibe la ridiculez del pensamiento humano; tal como lo hacen los chiapanecos ante el crecimiento del evangelio en las comunidades indígenas, atemorizados por la pérdida de los cacicazgos y el dominio personal de los curas. No es el mundo atacando a la iglesia, sino la iglesia invadiendo al mundo y este reaccionando de manera violenta.
El sentido de que “las puertas del hades no prevalecerán contra la iglesia” (Mt. 16:18) debe ser tomado en su correcto sentido. Dado que las puertas pertenecen al hades, no podemos pensar que un ejército llegue y agarre a “portazos” a su adversario. El sentido de la puerta siempre ha sido la defensa, para resguardarse de los ataques. Pero esta defensa cederá ante los embates de la iglesia que está invadiendo por medio del mensaje del evangelio y una forma diferente de pensar y vivir, lo cual pone en evidencia el pecado de los miembros de la sociedad.
Y es que si el evangelio crece entre los miembros de la sociedad, irán en disminución las borra… las fiestas patronales, las estafas, el estilo de vida promiscuo, los vicios, la corrupción, el jugoso negocio de la inmoralidad, etc. Por eso el mundo se defiende agresivamente asombrado del cambio que algunos de sus miembros pueden llegar a experimentar al venir a Cristo (1 P. 4:1-4).
Es pues importante cuidarnos de no aislarnos, pero también de no caer en el extremo opuesto: vivir como el mundo. No se trata de seguir el “conspiracionismo cristiano” muy de moda hoy en día, que ve al diablo en la música, los juguetes, las películas, la ropa, la comida; en fin, en todo lo que no provenga de una empresa cristiana, o de algún supuesto ministerio cristiano. Este movimiento a través de las décadas en que se ha promovido, ha generado un gran porcentaje de cristianos igual de mundanos que los no cristianos.
Pero tampoco se trata de ir al otro extremo, viviendo en indiferencia hacia lo espiritual, como si el diablo no existiera. Esto ha secado la vida de muchos cristianos que han terminado por hallarse más cómodos en el mundo que en la Iglesia.
Por lo tanto, si la manera como vivimos mientras estamos siendo transformados a la imagen de Cristo es importante, entonces seguramente Dios se ha encargado de dejar claro esto en su Palabra.
Y así es, tenemos los diez mandamientos que Dios entregó a Moisés cuando el pueblo de Israel apenas estaba iniciando su identidad con el Dios que los había llamado, de la esclavitud a ser su pueblo.
Si ponemos atención a estos diez mandamientos, entonces veremos como Dios ha definido la manera correcta en que hemos de relacionarnos con la sociedad, empezando por una correcta relación con él mismo. Y al estudiarlos, entenderemos porque “la ley y los profetas” se resumen en amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas; y en amar al prójimo como a nosotros mismos, haciendo por él lo que nos gustaría que otros hicieran por nosotros (Dt. 6:5,10:12; Mt. 7:12, 22:37-40; Mr. 12:29-31; Lc. 6:31, 10:26-28).

Por lo demás, hermanos, les rogamos, y les exhortamos en el Señor Jesús, que tal como han recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que deben andar (se deben conducir) y agradar a Dios, como de hecho ya andan, así abunden en ello más y más.                                         1 Tesalonicenses 4:1 NBLH






En Cristo
J. David Amador M.
Pastor