Una Iglesia en la
sociedad

Pero esto seguramente ha de traer
consecuencias en la vida misma que llevamos aquí en la tierra. El impacto de
una relación con Dios en la vida del cristiano y en la sociedad en la cual
habita, ha sido evidente a lo largo de la historia de la humanidad.
Somos seres humanos, salvos por
Cristo, por la gracia e iniciativa de Dios. Eso nos hace diferentes del resto
de los seres humanos que aún viven en la oscuridad, dominados por el pecado y los
malos deseos de su corazón (Ef. 2:1-3). Sin embargo seguimos participando de la
vida de la sociedad en la que habitamos. Participamos del trabajo diario, de
los acuerdos entre vecinos, nos relacionamos en la escuela y el trabajo.
Algunos participan en equipos deportivos, en el arte, en instrucciones
especiales, etc. Somos miembros de una comunidad y debemos tener claro que esto
tiene que ver también con el plan que Dios está desarrollando. Esto es a lo que
Jesús se refería al decir que somos la sal de la tierra y la luz del mundo.
A lo largo de la historia han
existido diversos grupos que han buscado abstraerse de la vida de la sociedad, por
considerarla ser “el mundo”. Y es cierto, en el mundo gobierna el maligno, con
sus deseos temporales de la carne, de los ojos y con la vanagloria de la vida
(1 Jn. 2.15-17).
Sin embargo tales acciones no pueden
crear un verdadero creyente maduro (Col. 2:20-23), pueden tener buena reputación
en el duro trato del creyente, pero no pueden hacerle vencedor ante los
apetitos de la carne. La realidad es que ni los conventos, ni los menonitas, ni
ningún otro grupo que ha llevado a cabo estas acciones ha destacado por su
santidad a Dios, siendo más luz y sal en medio de la sociedad, que la iglesia
que se desenvuelve en las actividades cotidianas de la sociedad.
Y es que ante esto debemos entender
bien la situación en la que nos encontramos. La idea más común es que el mundo
está combatiendo ferozmente a la iglesia, tratando de destruirla, y por lo
tanto el aislarnos nos llevará a ser victoriosos. Sin embargo no es que el
mundo esté tomando la ofensiva, al contrario, toma la defensiva por sentirse invadido
por aquellos que no pertenecen a este mundo. Fue así como lo hizo la
inquisición católica, que no deseaba ser invadida por quienes creían y pensaban
de modo diferente a sus autoridades. Tal como lo hace hoy en día el humanismo que
busca eliminar todo pensamiento cristiano de la vida pública y política, que
exhibe la ridiculez del pensamiento humano; tal como lo hacen los chiapanecos
ante el crecimiento del evangelio en las comunidades indígenas, atemorizados
por la pérdida de los cacicazgos y el dominio personal de los curas. No es el
mundo atacando a la iglesia, sino la iglesia invadiendo al mundo y este
reaccionando de manera violenta.
El sentido de que “las puertas del
hades no prevalecerán contra la iglesia” (Mt. 16:18) debe ser tomado en su
correcto sentido. Dado que las puertas pertenecen al hades, no podemos pensar
que un ejército llegue y agarre a “portazos” a su adversario. El sentido de la
puerta siempre ha sido la defensa, para resguardarse de los ataques. Pero esta
defensa cederá ante los embates de la iglesia que está invadiendo por medio del
mensaje del evangelio y una forma diferente de pensar y vivir, lo cual pone en
evidencia el pecado de los miembros de la sociedad.
Y es que si el evangelio crece entre
los miembros de la sociedad, irán en disminución las borra… las fiestas
patronales, las estafas, el estilo de vida promiscuo, los vicios, la
corrupción, el jugoso negocio de la inmoralidad, etc. Por eso el mundo se
defiende agresivamente asombrado del cambio que algunos de sus miembros pueden
llegar a experimentar al venir a Cristo (1 P. 4:1-4).
Es pues importante cuidarnos de no aislarnos,
pero también de no caer en el extremo opuesto: vivir como el mundo. No se trata
de seguir el “conspiracionismo cristiano” muy de moda hoy en día, que ve al
diablo en la música, los juguetes, las películas, la ropa, la comida; en fin,
en todo lo que no provenga de una empresa cristiana, o de algún supuesto
ministerio cristiano. Este movimiento a través de las décadas en que se ha
promovido, ha generado un gran porcentaje de cristianos igual de mundanos que los
no cristianos.
Pero tampoco se trata de ir al otro
extremo, viviendo en indiferencia hacia lo espiritual, como si el diablo no
existiera. Esto ha secado la vida de muchos cristianos que han terminado por
hallarse más cómodos en el mundo que en la Iglesia.
Por lo tanto, si la manera como
vivimos mientras estamos siendo transformados a la imagen de Cristo es
importante, entonces seguramente Dios se ha encargado de dejar claro esto en su
Palabra.
Y así es, tenemos los diez mandamientos
que Dios entregó a Moisés cuando el pueblo de Israel apenas estaba iniciando su
identidad con el Dios que los había llamado, de la esclavitud a ser su pueblo.
Si ponemos atención a estos diez
mandamientos, entonces veremos como Dios ha definido la manera correcta en que
hemos de relacionarnos con la sociedad, empezando por una correcta relación con
él mismo. Y al estudiarlos, entenderemos porque “la ley y los profetas” se
resumen en amar a Dios con todo el corazón, la mente, el alma y las fuerzas; y
en amar al prójimo como a nosotros mismos, haciendo por él lo que nos gustaría
que otros hicieran por nosotros (Dt. 6:5,10:12; Mt. 7:12, 22:37-40; Mr.
12:29-31; Lc. 6:31, 10:26-28).
Por lo demás, hermanos, les rogamos, y les exhortamos en el Señor Jesús, que tal como han recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que deben andar (se deben conducir) y agradar a Dios, como de hecho ya andan, así abunden en ello más y más. 1 Tesalonicenses 4:1 NBLH
En Cristo
J. David Amador M.
Pastor
J. David Amador M.
Pastor